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Los seres humanos en la sociedad capitalista...

Por: Erich Fromm

El principio de la no-frustración. 


La autoridad anónima y la conformidad de autómata son en gran parte resultado de nuestro modo de producción, que exige una rápida adaptación a la máquina, conducta bien disciplinada de masas, gustos comunes y obediencia sin necesidad de recurrir a la fuerza. Otro aspecto de nuestro sistema económico, la necesidad del consumo en masa, ha tenido un papel instrumental en la creación de un rasgo del carácter social del hombre moderno, que constituye uno de los contrastes más sorprendentes con el carácter social del siglo xix. Me refiero al principio de que todo deseo debe ser satisfecho inmediatamente, no debe frustrarse ninguno. La ilustración más obvia de este principio nos la ofrece nuestro sistema de compras a plazos. En el siglo xix cada uno  compraba lo que necesitaba y cuando había ahorrado el dinero necesario; hoy compramos lo que necesitamos y lo que no necesitamos a crédito, y la misión del anuncio es incitarnos a comprar y aguzar nuestro apetito de cosas, de suerte que la incitación sea eficaz. Vivimos encerrados en un círculo: compramos a plazos, y antes de que acabemos de pagar vendemos y compramos otra vez el último modelo.

 El principio de que los deseos deben ser satisfechos sin dilación ha determinado también la conducta sexual, especialmente desde la terminación de la primera Guerra Mundial. Proporcionaba las racionalizaciones apropiadas una tosca forma de freudismo mal entendido. La idea era que los impulsos sexuales "reprimidos" producen neurosis, que las frustraciones causaban  traumatismos, y que cuanto menos se reprimiera uno, más sano estaría. Hasta los padres ansiosos de dar a sus hijos todo lo que quisieran por miedo a que se sintieran frustrados adquirían un "complejo". Desgraciadamente, muchos de esos hijos, así como sus padres, pasaban por el diván del analista, siempre que podían permitírselo.

 El ansia de cosas y la incapacidad para aplazar la satisfacción de los deseos fueron señaladas como características del hombre moderno por observadores tan profundos como Max Scheler y Bergson, y Aldous Huxley le dio su expresión más aguda en Un mundo feliz. Entre los lemas que condicionan la conducta de los adolescentes de ese Nuevo Mundo, uno de los más importantes es el que dice: Nunca dejes para mañana la diversión que puedas tener hoy. Se les remacha en la cabeza con "doscientas repeticiones, dos veces a la semana, desde las cuatro hasta las seis y media". Créese que es felicidad esa instantánea realización de los deseos. "Todo el mundo es feliz hoy en día" es otro de los lemas del Mundo feliz; las gentes "tienen lo que quieren, y nunca quieren lo que no pueden tener". Esa necesidad de un consumo inmediato de mercancías y la de una consumación inmediata de los deseos sexuales se dan acopladas en el Mundo feliz, como en el nuestro. Se considera inmoral conservar un copartícipe del "amor" más allá de un tiempo relativamente corto. El "amor" es deseo sexual fugaz, que debe ser satisfecho inmediatamente. "Se toman las mayores precauciones para impedimos amar a alguien demasiado tiempo. No hay nada que se parezca a una fidelidad mutua; uno está condicionado de tal manera, que no puede dejar de hacer lo que debe hacer. Y lo que debe hacer es tan agradable, en general, se deja expansionarse libremente a tantos impulsos naturales, que en realidad no se siente ninguna tentación de resistirlos."

Esta falta de inhibición de los deseos conduce al mismo resultado que la falta de autoridad manifiesta: la parálisis, y finalmente la destrucción, de la personalidad o del yo. Si no aplazo la satisfacción de mi deseo (y estoy condicionado para querer sólo lo que puedo tener), no tengo conflictos ni dudas, no tengo que tomar decisiones, nunca estoy a solas conmigo mismo, porque siempre estoy ocupado, ya en trabajar, ya en divertirme. No tengo necesidad de conocerme a mí mismo como yo mismo, porque estoy constantemente absorbido en la busca de placer. Soy un sistema de deseos y de satisfacciones; tengo que trabajar para satisfacer mis deseos, y esos mismos deseos son constantemente estimulados y dirigidos por la máquina económica. La mayor parte de esos apetitos son artificiales; aun el apetito sexual está lejos de ser tan "natural" como se le hace parecer. Es, hasta cierto punto, estimulado artificialmente. Y necesita serlo, si queremos tener gentes como las que necesita el régimen contemporáneo: gentes que se sientan "felices", que no tengan dudas, que no tengan conflictos, que se dejen guiar sin necesidad de recurrir a la fuerza. 

Divertirse consiste principalmente en la satisfacción de consumir Y de "tomar": mercancías, paisajes, alimentos, bebidas, cigarrillos, personas, conferencias, libros, películas, todo es consumido, tragado, engullido. El mundo es un gran objeto para nuestro apetito: una gran manzana, una gran botella, un gran pecho; nosotros somos los lactantes, los eternamente expectantes, los esperanzados, Y los eternamente desilusionados. ¿Cómo podemos dejar de ser desilusionados si nuestro nacimiento se detiene en el pecho de la madre, si no somos destetados nunca, si seguimos siendo bebés crecidos, si no vamos nunca más allá de la orientación receptiva? Así, las gentes se sienten angustiadas, inferiores, insuficientes, culpables. Se dan cuenta de que viven sin vivir, que la vida se les va de las manos como arena. ¿Cómo tratan sus inquietudes, que nacen de la pasividad de "tomar" constantemente? Con otra forma de pasividad, con un constante verterse al exterior, por así decirlo: hablando. Aquí, como en el caso de la autoridad y del consumo, una idea que en otro tiempo fue productiva ha sido convertida en lo contrario. 

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