Fue Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865). Natural de
Besançon e hijo de un tonelero y de una cocinera, era un hijo del «pueblo» y mitificó al pueblo,
fiel a la tradición de 1972, al igual que muchos de sus contemporáneos.
«Todos mis antepasados por línea paterna y materna han sido campesinos libres y han estado
sometidos desde tiempo inmemorial a la prestación de trabajo personal y a la mainmorte (…)
Hasta los doce años mi vida transcurrió casi enteramente en el campo, realizando pequeños
trabajos campesinos y guardando las vacas. Durante quince años estuve empleado en esta
última actividad. No conozco ningún género de vida que se más contemplativo y más realista el
mismo tiempo».
Proudhon conservó un profundo y alegre recuerdo de su infancia.
Asistió a una escuela durante dos años, hasta que sus padres ya no pudieron costear sus
estudios. Su padre había abierto una taberna donde expedía cerveza elaborada por él mismo;
pero su negocio quebró al calcular con un reducido margen de ganancia, pues no quería
enriquecerse «injustamente». «Yo tenía un sentimiento muy preciso de la honradez y
honestidad de mi padre, pero al mismo tiempo veía claramente el riesgo que corría. Mi
conciencia permitía lo primero, pero mi necesidad de seguridad me llevaba a otra dirección.
Todo aquello para mí era un misterio», escribió el hijo de sus recuerdos. Estas lecciones de
observación proporcionaron muy pronto una inclinación hacia las complejas económicas, pero
al mismo tiempo -como ya se ha mencionado- arrastraron, por lo que a su formación se refiere,
aquellas consecuencias que muchos críticos creen haber comprobado: en lo esencial siguió
siendo un autodidacta.
A los diecinueve años era tipógrafo, pero le resultaba difícil encontrar trabajo. «A lo largo de dos
años vague por el mundo, investigué y pregunté al pueblo llano, del que me siento cerca por mi
situación social; no tenía tiempo para leer, mucho menos paras escribir (…) Así era y así sigue
siendo todavía hoy mi vida: viviendo en centro fabriles, testigo de los vicios y de las virtudes del
pueblo, ganando diariamente mi pan con el sudor de mi frente, obligado a mantener a mi familia
con mi modesto salario y a contribuir además a la educación de mis hermanos; y junto a todo
esto reflexionando, filosofando, reuniendo los hechos más insignificantes de observaciones
fortuitas. Cansado de la situación precaria y miserable del trabajador, finalmente en compañía
de un colega, quise abrir una pequeña imprenta. Los escasos ahorros de ambos amigos y todos
los medios de sus familias se jugaron la lotería. El pérfido juego de los negocios arruinó nuestra
esperanza: orden, trabajo, ahorro, nada nos sirvió. De los dos compañeros el uno murió de
agotamiento en un rincón del bosque, al otro sólo le quedó la amargura de haber comenzado a
gastar el último trozo de pan de su padre».
Cuando había cumplido los veintiséis años la atención pública se centró sobre él. En 1837, es
decir durante el reinado del Burgués Luís-Felipe (1830-1848), obtuvo gracias a su memoria una
beca de tres años de la Academia de Besançon. «Me puse de inmediato manos a la obra (…)
Comencé la solitaria tarea con el estudio de los socialistas primitivos (…) Hecho sorprendente y
una buena señal para mí: el haber transformado a Moisés en un filósofo y un socialista me
proporcionó el aplauso general. Sin embargo, mi estudio debía servir ante todo para realizar
algo. No tenía tiempo para hacerme un erudito y mucho menos para convertirme en un literato.
Me dediqué de inmediato a la política económica (…) Tras un análisis largo, minucioso y sobre
todo imparcial, llegué (…) a la sorprendente conclusión de que la propiedad, independientemente de su uso, independientemente del principio con el que se ponga en relación es una idea contradictoria. Y puesto que la negación de la propiedad lleva consigo la negación de la autoridad, de mi definición deduje inmediatamente el no menos paradójico
corolario de que la auténtica forma de gobierno es la ANARQUÍA».
Así surgió su famoso libro Qu’est-ce que la propriété?, apareció en 1841 y en la que expresa una constatación provocadora: ¡La propiedad es un robo! En su escrito La Sagrada Familia,
Carlos Marx consideraba el libro de Proudhon tan importante para el proletariado como lo había
sido para la burguesía el tratado del abate Sieyés Qu’est-ce que le tires état? (1788). Proudhon
tiene en mientes la propiedad que obliga a explotar a los demás. Y aunque en el siguiente
párrafo de su libro se había puesto en guardia inmediatamente contra el reproche de querer
incitar a la revolución, fue llevado ante un tribunal de jurados bajo la cuádruple acusación de
ataque a la propiedad, de incitación a desobedecer al gobierno, de ofensas a la religión y de
desacato contra las costumbres. Se defendió personalmente. El tribunal pronunció el veredicto
de que no era competente por tratarse de una materia científica, y en consecuencia, el acusado
debía ser absuelto.
El libro contiene además su profesión de fe: «La política es la ciencia de la libertad: la
dominación del hombre sobre el hombre, con indiferencia del nombre bajo el que se esconda,
es la opresión; la suprema realización de la sociedad se encuentra en la combinación del orden
y ANARQUÍA». Mas tarde comentará: «Los políticos de todas la tendencias conciben la
ANARQUÍA como desorden; por eso la rechazan sin remisión; como si la democracia se
pudiera realizar de otra manera que por la distribución de la autoridad, y como su el sentido
auténtico de la palabra democracia no fuera la abolición de gobierno».
Proudhon define casi humorísticamente: «Ser gobernado significa ser vigilado, inspeccionado,
espiado, dirigido, legislado, reglamentado, clasificado, adoctrinado, sermoneado, fiscalizado,
violentado, estimado, censurado, mandado por hombres que para ellos carecen de títulos,
ciencia y virtud. Ser gobernado significa ser anotado, registrado, empadronado, arancelado,
patentado, licenciado, autorizado, amonestado, contenido, reformado, enmendado, corregido al
realizar cualquier operación, cualquier transacción y cualquier movimiento. Significa, so pretexto
de utilidad pública y en nombre del interés general, verse obligado a pagar contribuciones, ser
inspeccionado, saqueado, explotado, monopolizado, depredado, presionado, embaucado,
robado; después a la menor resistencia, a la primera queja, ser reprimido, multado, vilipendiado,
vejado, acosado, maltratado, aporreado, torturado, desarmado, agarrotado, encarcelado,
fusilado, ametrallado, juzgado, condenado, deportado, sacrificado, vendido, traicionado y
deshonrado. ¡Esto es el gobierno, ésta es su justicia, ésta es su moral!»
Su crítica es válida con independencia de la forma de gobierno y de su color político, pues ataca
también a la teoría comunista del Estado: «Los comunistas ni me perdonan mi crítica a su
communauté; como si una nación fuera un gran pólipo y como si no hubiera junto al derecho
social un derecho individual».
Cuando en febrero de 1848 estalló en París la revolución contra el régimen de los banqueros,
accionistas y especuladores bajo el cual la consigna de Enrichissez-vous dada por el primer
ministro Guizot había sido observada ampliamente a costa del proletariado, Proudhon aprobó el levantamiento de las masas, si bien constató: «Yo no hubiera hecho la revolución del 24 de
febrero; el instinto del pueblo ha decidido otra cosa». Vio que se trataba esencialmente de una
revolución política, que aspiraba a un cambio del sistema político; y aunque también se
mezclaban en ella corrientes sociales subterráneas, su objetivo principal no era, sin embargo, la
trasformación de la sociedad. Proudhon había anotado ya en 1846: «La revolución social se
compromete seriamente su se realiza mediante revolución política».
Aunque de hecho estaba en contra del parlamentarismo, fue elegido a comienzos de junio para
la Asamblea Nacional con 77.000 votos. Catorce días más tarde los trabajadores de los
suburbios salieron a la calle para protestar contra la supresión de los «talleres nacionales», una
instituciones creada por el gobierno provisional para combatir el paro. El ejército, mandado por
el general Cavaignac, hizo disparar contra ellos. El sangriento comportamiento tuvo gran
influencia sobre la posición de Proudhon. Con la franqueza que lo caracterizaba para reconocer
sus errores, nuestro personaje confesó: «El recuerdo de estos días de junio pesará
eternamente sobre mi ánimo como una dentellada; dolorosamente reconozco que hasta el día
no había prevista nada, ni sabido nada, ni sospechado nada. Eligio representante el pueblo
catorce días antes, había entrado en la Asamblea Nacional con la timidez de un niño, con el
celo de un neófito. Participando activamente desde las nueve de la mañana en las reuniones de
las juntas y comités sólo abandonaba la Asamblea al atardecer, agotado de cansancio y asco
(…) absorbido por las tareas legislativas, había perdido completamente de vista la situación
corriente e interrumpido el contacto con las masas. No sabía nada ni de la situación en los
talleres nacionales, ni de la política del gobierno, ni de las intrigas que se cruzaban en el seno
de la Asamblea. Se ha de vivir en el centro del aislamiento al que llaman Asamblea Nacional,
para percatarse de hasta qué punto los hombres que peor conocen la situación de un país son
casi siempre justamente aquellos que lo representan».
A continuación se destaca por sus ponencias que suenan tan agresivas que la asamblea, en su
mayoría burguesa, se siente escandalizada. La revolución puede darse como fracasada en
Francia cuando el 10 de diciembre es elegido presidente, incluso con muchos votos de los
republicanos de izquierda, Luís Bonaparte, quien tenía a su favor el presentar su candidatura
contra el carnicero de junio, Cavaignac. Proudhon escribió dos agudos artículos contra el
príncipe presidente que le costaron tres años de cárcel y una multa de 7.000 francos, suma
enorme para la época tanto más cuanto que se exigía de un proletario. El condenado considero
huir a Bélgica, pero regreso por amor a su prometida, una modesta costurera, con la mala
fortuna de que fue reconocido y delatado.
Tras la detención contrajo matrimonio. La ceremonia civil naturalmente, se celebró a ambos lados de la reja del locutorio del presidio de SaintePélagie. Proudhon utilizó la forzada inactividad de tres años para redactar sus Confessions d’un Revolutionnaire. En ellas se expone su concepción de la revolución, a la que entiende como «una explosión de la fuerza orgánica, evolución de la sociedad desde dentro hacia fuera». Sólo
es legítima «si es espontánea, pacífica y esta históricamente fundamentada». ¿Cuál fue la
razón del fracaso de la revolución de febrero? En su mayor parte «era tan sólo una farsa un
desfile, un absurdo e iba contra el sentido común. Se podría pensar que el poder transforma
incluso a la gente inteligente en estúpidos» En opinión de Proudhon se hubiera tenido que
suprimir principalmente la centralización estatal: si no quería llagar hasta la ANARQUÍA, «que
como todo principio, es antes un ideal que una realidad», por lo menos se hubiera tenido que
conceder a las comunas y departamentos la auto administración, el cuidado de su policía, la
autoridad sobre sus fondos y sus tropas. Sin embargo, se consideró al pueblo menor de edad,
por lo que la autoridad del gobierno, en vez de disminuir, salió fortalecida.
«Pero la experiencia enseña, y la filosofía lo prueba contra toda opinión preconcebida, que toda
revolución ha de ser espontánea y no ha de salir de las cabezas de los que detentan en poder,
sino de las entrañas del pueblo; que el gobierno es antes reaccionario que progresista (…) que
finalmente la única relación existente entre el trabajo y el gobierno es ésta: el trabajo tiene la
tarea mientras se organiza, de suprimir el gobierno».
Sin embargo, organizar el trabajo significa «organizar la solidaridad de los trabajadores entre sí,
significa crear su seguridad recíproca según el principio de la economía usual, por el cual todo
lo que tiene un valor de cambio puede ser objeto de cambio y, en consecuencia, material para
un crédito».
Los trabajadores deben asociarse y producir bajo su propia administración.
«Queremos estas asociaciones como modelo para la agricultura, para la industria y el comercio,
como primer núcleo de la amplia federación de compañías y sociedades unidas en la común
asociación de la república democrática y social».
Para impulsar tales asociaciones -que en su opinión se extenderían, eliminarían progresivamente toda iniciativa privada, penetrarían el Estado y lo harían finalmente superfluo- había fundado un «banco popular», en calidad de instituto de crédito sin intereses. Se ha reprochado burlonamente a su fundador sin motivo, su
pronta liquidación. El cierre no se produjo en absoluto por razones económicas, sino por el
único hecho de que su fundador y director tenía que comenzar a cumplir la pena de prisión.
Tras su puesta en libertad de Sainte-Pélagie parece ser que tuvo una conversación con el
príncipe presidente, convertido ya por aquel entonces en emperador. Parece ser que se
reunieron por deseo expreso de Napoleón III en la oficina del rey de los periódicos en el París
de entonces, en la oficina de Émile de Girardin. Ninguno de los participantes ha dejado ninguna
nota al respecto, ni siquiera Girardin. André Salmon no quiere excluir la suposición de que el
recuerdo que el emperador, antiguo carbonario, guardó de la entrevista, le impulsó le impulsó
reconocer a los trabajadores el derecho de huelga, lo cual sólo quedó de hecho en letra muerta,
ya que pronto se hizo intervenir al ejército imperial contra los huelguistas.
En Proudhon las experiencias revolucionarias habían acentuado todavía más su rechazo de
todo tipo de autoridad estatal. En 1849 escribió al periodista socialista Pierre Leroux (1797-
1871): «La abolición de la explotación del hombre sobre el hombre y la abolición del gobierno
del hombre sobre el hombre son una misma fórmula».
En su escrito De la capacité politique
des classes ouvrières (1864) ataca la teoría del comunismo de Estado tal como exponía el
miembro del gobierno provisional Louis Blanc (1811-1882), de quien procede la formulación a
menudo recogida posteriormente de «A cada uno según sus necesidades, a cada uno según
sus capacidades». En dicho trabajo dice Proudhon al respecto:
«El sistema político de Blanc se puede definir de la siguiente manera: una democracia
compacta, fundada aparentemente sobre la dictadura de las masas, pero donde las masas sólo
tienen poder en la medida necesario para asegurar la esclavización general según las
siguientes fórmulas y máximas tomadas del viejo absolutismo:
Indivisibilidad del poder;
Centralización absorbente;
Destrucción sistemática de todo pensamiento individual, corporativo y local por se considerado disgregador;
Policía inquisitorial;
Eliminación o por lo menos coerción de la familia, sobre todo del derecho de herencia;
Organización tal del sufragio universal, que sirve para la sanción permanente de esa tiranía
anónima mediante la preponderancia de los elementos mediocres e incluso inútiles, los cuales
siempre están en mayoría contra los cuidados capacitados y los caracteres independientes,
quienes -puestos, naturalmente, en minoría- son considerados sospechosos».
Este escrito de Proudhon, publicado en 1864, pasó a ser durante muchos años texto
programático del movimiento obrero francés, para decepción de Carlos Marx, pues su doctrina
sólo pudo contrarrestar el influjo de Proudhon con grandes dificultades. Él mismo, cuando
todavía era un perdidosita desconocidote veintiséis años, había conocido personalmente, en
París, en 1844, a Proudhon, que contaba ya con treinta y cinco años y a quienes sus primeros
escritos había proporcionado ya cierta fama. Parece que ambos se vieron con bastante
frecuencia durante todo un invierno. Al año siguiente Marx, tras su expulsión de París, propuso
a Proudhon un trabajo en común en una correspondencia internacional socialista. Éste aceptó,
aunque con ciertas reservas: «Investiguemos, conjuntamente si usted quiere, las leyes de la
sociedad, sigamos el camino de su realización y discutamos el proceso de su descubrimiento;
guardémonos sin embargo, ¡por amor de Dios!, de imponer a los hombres inmediatamente
después de la destrucción de todos los dogmas apriorísticos, otras ideas doctrinarias nuevas;
no incurramos en la auto contradicción de su compatriota Lutero, que aniquiló la teología
católica para fundar inmediatamente la teología protestante con la ayuda de excomuniones y
anatemas».
Proudhon no era hombre que se inclinara ante una autoridad externa. En su carta de renuncia
de 1846 escribió a Marx: «No nos hagamos sumos sacerdotes de una nueva religión, ya sea la
religión de la lógica o la religión de la razón».
Marx pasó abiertamente al ataque contra proudhon en su libro Misère de la philosophie,
publicado en francés en 1847 como réplica polémica al libro de Proudhon Sistème des
contradictions économiques ou Philosophie de la Misère (1846). Siguiendo su costumbre, Marx
no limitó su polémica a lo teórico, sino que intento «despachar» también humanamente el objeto
de la misma. Proudhon ha afirmado que Marx entendió mal a propósito sus exposiciones. A
esta ruptura definitiva siguieron por parte de Marx y Engels otros muchos golpes bajos airados
y sarcásticos contra el peligroso rival.
Uno de los reproches repetidos a menudo contra Proudhon es el de que sus teorías y escritos
están llenos de contradicciones. A esto se podría responder con una frase del Principe féderatif
(1863) «La realidad es que por su propia naturaleza compleja: lo simple no abandona la forma
ideal, no se hace concreto». En 1858 había publicado un escrito titulado De la justice dans la
Révolution et dnas L’Eglise, que le proporciono de nuevo una acusación por ataques a la
familia, a la moral y a la religión. Fue condenado una vez más a tres años de prisión, pero
también esta vez consiguió huir a Bélgica. Se guardó de repetir el error de 1853, instalándose
en Ixelles, un arrabal de Bruselas.
Su actividad como periodista no conocía la fatiga. La cuestión de las nacionalidades conmovía
Europa: en Italia estalló, con apoyó francés, la lucha contra Austria. El entusiasmo por Polonia
era más vivo que nunca. Los esfuerzos húngaros por la independencia encontraban la simpatía
de todas las fuerzas liberales. Proudhon se enfrento unánime contra esta corriente. Su
pensamiento era internacionalista, ya que los que tenía en mientes era una confederación de
federaciones en lugar del enfrentamiento de los estados nacionales. Consideraba funesta la
formación de nuevos estados nacionales, pues en ellos no encontrarían lugar las anheladas
soluciones federativas y sociales; en vez de fundar nuevos estados encajados junto a los antiguos, se debían disolver los antiguos en pequeños grupos populares, en comunas independientes asociadas entre sí, en agrupaciones de trabajo, con vistas a constituir federaciones laxas. ¿Perdía el mundo algo, si no existía un estado polaco? Proudhon atacó a Mazzini, heraldo el levantamiento nacional italiano, y al héroe popular Garibaldi, que con sus escuadras había conquistado Roma. Si Napoleón III ayudaba a forjar la unidad Italiana, lo consecuente sería tan sólo -consignaba proudhon con amarga ironía-que restaurara finalmente
el imperio Carlomagno y se anexionara por lo tanto también Bélgica.
Las buenas gentes de Ixelles no veían en todo esto ningún atractivo. Estaban encolerizados
desde hacia tiempo por sus artículos antiliberales contra las revoluciones nacionales, irritadas
además por su ateísmo -aunque entretanto sus opiniones sobre un cierto ceremonial cristiano
habían cambiado-, y ante sus ventanas se formaron escandalosos tumultos populares,
instigados por la prensa burguesa. La policía tuvo que intervenir para protegerlo y finalmente,
para evitar el escándalo, se le obligó a abandonar Bélgica.
Anulada la sentencia contra él ya en 1860 -probablemente, a instancias de Jérome Napoleón,
primo del emperador, que apreciaba a Proudhon como persona y como autor- éste pudo volver
a París.
La dictadura del segundo imperio se había desgastado un poco en sus doce años de existencia.
Napoleón III, político experimentado, intentó refrescar su popularidad mediante unas elecciones
aparentemente libres para un nuevo parlamente. Fueron convocadas para 1863. Proudhon llego
justamente a tiempo para tomar, in situ, posición respecto al pro y contra de una participación
electoral. Nos ha dejado una descripción del ambiente parisino: «El lunes 1 de junio de 1863,
hacia las diez de la noche, París se hallaba en un estado de sorda excitación que recordaba la
de los días 26 de julio de 1830 y 22 de febrero de 1848. Según los indicios, si se salía a la cale,
no faltaba mucho para que se pudiera pensar en la víspera de una lucha. Por todas partes se
oía decir: Perís, que por primera vez desde hace veinte años ha recuperado su vida política,
despierta de su letargo, se siente renacer, un aliento revolucionario lo inflama. París de había
levantado a la llamada de sus oradores como guardián de las libertades de la nación y había
respondido con el más rotundo “no” a la solicitud del gobierno».
De hecho la lista del gobierno fue rebasada en París por la oposición con casi dos tercios de
mayoría.
«El 1 de junio de 1863 había eclipse de luna», continúa proudhon en su descripción. «el cielo
estaba radiante, la tarde maravillosa. Corría una suave brisa que parecía participar de aquella
saludable excitación (…) “También el despotismo se oscurece ante la libertad”, decían los
bromistas (…) “Decid más bien, respondían los apocados, que la razón parisiense se ha
oscurecido. ¡Ay! Comenzáis otra vez con vuestras bromas de 1830 y 1848. ¡Muy bien! ¡Os irá
peor que en aquellas dos ocasiones!”».
Proudhon era partidario firmemente decidido de la abstención. Era contrario a que el
proletariado fortaleciera con sus votos la oposición liberal burguesa. En ausencia de libertad de
prensa y de reunión no se podía hablar de elecciones libres, tanto más cuanto que los elegidos
debían prestar juramento al emperador. Sólo mediante una abstención masiva se podía mostrar
claramente al jefe del Estado que tenía que renunciar a la dictadura.
Además en estas elecciones los trabajadores parisienses habían prestado por primera vez un
candidato propio, el cual, ciertamente, obtuvo tan sólo un número insignificante de votos. En las
elecciones complementarias de primavera presentó su candidatura Henri-Louis Tolain (1828-1897) que más tarde iba a ser cofundador de la Internacional; obtuvo solamente 424 votos. Un
comité electoral de trabajadores compuesto por 60 miembros había elaborado un manifiesto
que ha pasado a la posteridad como «la primera expresión pública de la conciencia de clase de
los trabajadores».
Aunque Proudhon, por consideraciones tácticas, no aprobaba totalmente el texto del manifiesto, éste muestra, sin embargo, hasta qué punto muchos de sus pensamientos ya eran moneda corriente en el proletariado.
No obstante, nuestro personaje se había enemistado con todos los grupos y organizaciones
políticas. Su desconfianza hacia toda «política», su fe en la preponderancia de los grupos
espontáneos, en las instituciones sociales autónomas, en la solidaridad y la ayuda económica
recíproca, encontró sin embargo un eco. Así por ejemplo, trabajaban ya en París 35 sociedades
de crédito sobre la base de la reciprocidad, las cuales -como constata el manifiesto de los
sesenta- «contienen gérmenes fructíferos; pero necesitan el sol de la libertad para desarrollarse
plenamente».
El último escrito de Proudhon, La capacitè politique des classes ovrières, es al mismo tiempo su
testamento político, en realidad un comentario al manifiesto de los sesenta. Tuvo que dejar la
elaboración definitiva a un amigo. La enfermedad y luego la muerte le arrebataron la pluma de
las manos. Murió en el año 1865.
Según la caracterización de Daniel Guerín, Proudhon fue «el creador del “socialismo científico,”
de la economía política socialista y de la sociología moderna, el padre del anarquismo, del
mutualismo (colaboración económica basada en la reciprocidad), del sindicalismo
revolucionario, del federalismo (económico y comunal) y de la forma especial de colectivismo
hoy actualizada por la “autogestión” (…) Finalmente fue sobre todo el primero que reconoció y
señalo proféticamente los peligros de un socialismo autoritario y dogmática».
Proudhon mantuvo durante toda su vida la promesa que había hecho de joven en su memoria para la
Academia de Besançon: «Nacido y crecido en medio de la clase trabajadora, perteneciente a
ella de corazón e inclinación, pero sobre todo por padecimiento y deseos comunales, sería mi
mayor alegría (…) trabajar infatigablemente mediante el estudio de la filosofía y de la ciencias,
con mi voluntad y todas las fuerzas de mi espíritu, por la promoción material, moral y espiritual
de aquellos a los que quisiera llamar mis hermanos y compañeros y asimismo poder esparcir
entre ellos la semilla de una doctrina en la que veo la ley del mundo ético. Ante ustedes,
señores, me considero ya representante suyo, en espera del éxito de mis esfuerzos»
Al final de su vida registró resignado: «No tengo sitio en el mundo; me veo en un estado de continua
oposición al orden de las cosas». O mucho más amargado todavía.
«Si no tuviera en mi mente la liberación de estas venalidades, estaría en la primera fila de
aquellos que las explotan. Pero hay un derecho, una libertad, una dignidad humana, una
inviolabilidad de la persona, del espíritu y de la conciencia. Y debo intervenir en su favor»
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